Entre los numerosos personajes que suscitan indudable interés, en tierras españolas podemos encontrar los bandidos o bandoleros, de los que Curro Jiménez, por la serie de televisión protagonizada por Sancho Gracia, seguramente sea el más conocido popularmente, pero sin duda uno de los bandidos de leyenda es Luis Candelas, al que vamos a dedicar el contenido de esta publicación, y que puede ser considerado como el bandolero más famoso y más buscado del Madrid del siglo XIX.
Sobre Luis Candelas, el bandido madrileño más castizo y famoso, se ha elaborado todo un proceso de idealización propio de la clásica imagen positiva del bandolero. Aunque la imaginería afrancesada presente a Luis Candelas con los avíos propios del bandolero de Sierra Morena, pertenece por completo al ámbito de la delincuencia urbana, área de Madrid.
Su popularidad y su majeza han llevado a muchos a imaginarlo al frente de una partida de bandoleros, todos con catite, trabuco y punta de veguero en la zona siniestra del belfo, avizorando en la lejanía a una diligencia que se interna desprevenida en Despeñaperros. No hay tal. Candelas y su banda eran de extracción genuinamente gata, material del Foro, madrileños del Avapiés (Lavapiés), que es como decir el alma de la capital de España. Y si bien con este príncipe del latrocinio puede decirse que la delincuencia ibérica abandona la tradición del merodeo por mercados facilones y por usureros en quienes un robo es casi justicia, instalándose plenamente en la modernidad, es también cierto que el personaje estuvo a la altura de su época y de su leyenda.
Hay que tener presente que en esos años había numerosos bandoleros por todo el territorio español, con varias cuadrillas muy conocidas como las de José María “el Tempranillo”, Juan Caballero y José Ruiz Permana.
Era aquel Madrid de los años 20 del siglo XIX un hervidero de intrigas políticas, liberales contra absolutistas, constitucionales contra fernandinos, aristócratas y militares confraternizando con la delincuencia; la gente del bronce, en fin, a medias con el clero bajo y las camarillas de la Corte. Después del Trienio Constitucional, ahorcado el infeliz Riego, huéspedes del garrote vil guerrilleros muy famosos y héroes civiles de la Guerra de la Independencia, instalada en la machacada España una inmensa guarnición francesa para cuidar las espaldas del tirano Fernando VII, se vivió durante una década un terror político casi absoluto. La delación se convirtió en religión de pago y el exilio en vía de perfección al limbo.
Comencemos con su biografía y andanzas…
Luis Ignacio Polonio Candelas Cajigal nació el día 9 de febrero del año 1804, en la ciudad de Madrid, en el seno de una familia acomodada que vivía en la calle del Calvario, en el barrio de Lavapiés. Su padre, Esteban Candelas tenía una carpintería, su madre era María Cajigal. Luis era el menor de tres hijos. Se formó en sus primeros años en los Reales estudios de San Isidro (Colegio Imperial), colegio jesuita, donde se apasionaría por la lectura. Y es en este centro donde encontramos la primera de las historias (o leyendas) que se cuentan sobre Luis Candelas: “tras una bofetada propinada por su profesor de Latín, Luis Candelas respondió de la misma manera, motivo por el que sería expulsado”. En este centro escolar parece ser que es donde Luis Candelas formó su primera banda, de la que formaba parte Francisco Villena, más conocido como Paco el Sastre, personaje que también formaría parte en el futuro de su cuadrilla de bandoleros.
Tras abandonar el centro escolar su formación pasaría a ser autodidacta, adquiriendo conocimientos y habilidades fundamentalmente en la calle, donde era inicialmente conocido como el “pedreas”, por los cascotes que les tiraba a los chavales de otros barrios.
A los quince años cometió su primer delito serio, un robo a mano armada, del que no se pudo demostrar su participación. Meses más tarde acabaría siendo detenido por deambular, a altas horas de la madrugada, por la plaza de Santa Ana, siendo encarcelado en la Real Cárcel de Corte, de la plaza de Santa Cruz (edificio que alberga el Ministerio de Asuntos Exteriores), un lúgubre lugar con capacidad para doscientos cincuenta reclusos donde tuvo que valerse a tan corta edad y por sí mismo para poder sobrevivir, en donde conocería a otros delincuentes y bandoleros ilustres.
Al poco tiempo, en el año 1823 sería detenido e ingresaría en prisión por primera vez, acusado de “vaguería y holganza a altas horas de la noche”. Dos años más tarde, cuando se produjo su primer ingreso en la prisión de El Salador, en la plaza de Santa Bárbara, ya era conocido como como el “espadista”, porque utilizaba una ganzúa para acceder a las casas que asaltaba.
Durante este tiempo intentó entrar en la milicia, pero no sería admitido como cadete.
En seguida, Luis Candelas se aficionó a la buena vida, intentando mostrar buenos modales, y luciendo buenas galas. En los primeros años dedicó tiempo y recursos a la conquista de mujeres que pudieran mantenerle, algo a lo que le ayudaba su buena presencia: era moreno, bien parecido, con una buena dentadura formada por blancos dientes, nariz poderosa, anchas patillas y flequillo bajo el pañuelo, iba bien afeitado y vestía sombrero calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y buen calzado. Fruto de estas dotes para la conquista amorosa a los diecisiete años lograba engatusar a una peluquera, llamada Consuelo a la que acabaría dejando sin los ahorros de toda su vida. A esta le seguiría Margarita, una viuda necesitada de cariño, luego vendría una tal Paquita y la amiga íntima de esta, Lola, del mismo barrio de Lavapiés, y a la que al dedicarse a la venta de naranjas conocían como “la naranjera” y que era además la amante también del mismísimo Fernando VII.
Los habitantes de Las Rozas de Madrid de la primera mitad del siglo XIX sufrieron algunos de los robos cometidos por el bandido castellano por excelencia: Luis Candelas. Aunque este salteador actuaba principalmente en Madrid, en ocasiones se trasladaba a la Sierra de Guadarrama para, aprovechando las entonces extensas zonas de fresnos y peñascales, asaltar los carruajes postales. Pero su verdadera y frenética actividad delictiva tuvo lugar en la ciudad de Madrid.
Tras la muerte de su padre, en el año 1823, Luis intentó replantearse su vida y empezó a trabajar como librero, tras comprar una casa en la calle Tudescos con la cuantía de la herencia paterna recibida, pero el cambio no cuajó, ya que fue condenado a seis años de prisión por robar dos caballos y una mula.
Movido por la necesidad de realizar lo que a su juicio consideraba un mal reparto de la riqueza, -“y que mientras unos arrastran coches, los demás tengan que ir por el lodo”-, tratando de nivelar las fortunas de unos y de otros, ejerciéndolo, de manera pacífica, sin matar ni hacer daño a nadie, y según sus propias palabras, -“además de satisfacer una serie de necesidades propias, que uno no ha nacido para trabajar en oficios mecánicos”-, formaba una cuadrilla con el antes citado Paco “el sastre”, Mariano Balseiro, Pablo Santos, Juan Mérida y los hermanos Antonio y Ramón Cusó.
Con verdadera precisión y haciendo uso del arte del engaño preparaban los golpes, reuniéndose para ello en la taberna del Tío Macaco de la calle de Lavapiés, o en la de Traganiños entonces en la misma calle Tudescos, lugar donde existía en la trastienda una escuela de carteristas que hacían sus prácticas con un maniquí. De noche, con su bando salía ataviado para la ocasión: moreno, con patilla ancha y flequillo bajo el pañuelo adamascado, calañés, faja roja, capa negra, calzón de pana y calzado de mucho tirar.
Se hizo pasar por un acaudalado indiano procedente de Perú, Luis Álvarez Cobos, gracias a una pequeña fortuna que había heredado. Así obtenía una fachada respetable, luciendo unos exquisitos modales y codeándose con las altas esferas de la ciudad de la Villa, mientras seguía delinquiendo por otro lado.
Detenido de nuevo en 1824 por el robo de unas caballerías y condenado a seis años, en 1825 se benefició de un indulto. Como agente del fisco, recorrió las ciudades de Alicante, La Coruña y Santander, donde a causa de una escabrosa aventura galante, fue severamente amonestado por sus superiores; regresó a Madrid y volvió a encontrarse con sus antiguos compañeros de correrías de las Vistillas.
En el año 1826 volvería, en varias ocasiones, de nuevo a pasar un tiempo en la cárcel. En este lugar conocería a Manuela Sánchez, con la que contrajo matrimonio, trasladándose a vivir a Zamora, donde Luis Candelas trabajaría como agente del fisco. Pero esta nueva vida apenas le duró seis meses, tiempo tras el cual Luis Candelas abandonó su hogar y a su esposa, regresando a Madrid.
En marzo de 1827 fue encerrado en la cárcel del Saladero, sujeto a una pena de ocho años, pero fue finalmente indultado.
En una de sus estancias en la cárcel, conoció al político Salustiano de Olózaga, a quien ayudó a escapar. Se dice que luego se reencontraron y Salustiano inició a Luis Candelas en la masonería –el bandolero ingresó en la “Logia Libertad”–. Fue partir de este momento cuando Luis Candelas lució una capa negra decorada con símbolos masónicos.
Uno de los motivos que han convertido en leyenda a este personaje es que no se trataba de un delincuente común, su forma de actuar se correspondía con la de un hombre hábil y astuto, muy carismático, que preparaba sus asaltos, y cuando se veía en situaciones difíciles, como el encarcelamiento, era quien de fugarse en más de una ocasión. Por si esto fuera poco, practicaba cierto “pluriempleo”, pues a su dedicación a las fechorías, añadía su actividad, como funcionario, al frente de una sección del resguardo de Tabacos en Madrid.
Luis Candelas se hizo tan popular que el pueblo, e incluso algún agente de la autoridad, le ayudaban en sus fechorías. Era tal su fama que hasta una copla de la época ensalzaba la popularidad que había adquirido, sobre todo entre las féminas: “Con la puerta abierta y toda la noche en vela, a ver si me roba Luis Candelas. Todo Madrid espera para prenderte, y yo sólo espero para quererte”.
Su actividad delictiva giraba en torno a timos en los que se hacía con carteras, relojes o joyas, también atracos, robos en domicilios, asalto de mensajerías locales comerciales, … pero siempre sin derramar sangre. Se dice que se comportaba correctamente e incluso con extrema delicadeza.
Luis Candelas era además un maestro del disfraz. Llegó a utilizar más de 200 disfraces distintos para llevar a cabo sus golpes. Entre los más sonados cabe destacar el robo en la casa del presbítero Juan Bautista Tárrega y el robo del dinero de varias cofradías días más tarde. Pero su suerte estaba a punto de cambiar.
Entre sus curiosas y sorprendentes andanzas, cabe rescatar el montaje hábilmente perpetrado contra el magistrado de la Real Audiencia, Pedro Alcántara Villancico, que sentado en el Café Lorenzini de la Puerta del Sol le solicitaba sentarse a su lado con el pretexto de serle familiar su rostro. Con su desparpajo habitual consigue que su víctima le cuente varios aspectos de su vida, entre otros, el nombre de su mujer, y la calle en la que vive, Carretas. Mostrando su reloj Luis Candelas exclama que se le ha hecho muy tarde, señalando una hora que no corresponde con la real, obligando a aquel a mostrar su reloj del que habla maravillas, hecho en Londres, aunque el que mejor que tiene es uno de oro que lo guarda en casa. Tras marcharse de allí, acude al domicilio del magistrado, preguntando al mayordomo por la señora de la casa, a la que solicita le entregue el reloj de oro de parte de su marido, que se lo ha pedido, algo que la señora al verlo tan elegante y ofreciendo tantos detalles y no sospechando del engaño le hace entrega.
Pero sus actos se vieron truncados cuando fue apresado de nuevo. Robó un coche de caballos y entre el botín figuraba una capa. Un día paseaba por la Puerta del Sol con la capa puesta cuando fue identificado por el anterior dueño de tal prenda. Éste acudió rápidamente a la policía que no tardó en detenerle. Fue sentenciado a pasar 14 años en la fortaleza de El Hacho, en Ceuta. Sin embargo, mientras era transportado, se escapó de nuevo.
La situación política le permitió un pequeño respiro a Luis Candelas, pues tras el fallecimiento el 29 de setiembre de 1833 del rey Fernando VII, la regente María Cristina de Borbón parecía inclinarse hacia los liberales, con lo que el nuevo contexto desviaba el foco de interés.
Candelas empezó a cometer errores, el primero de ellos asaltar, en el camino de Matas Altas, zona de montes situada entre Las Rozas y Torrelodones, en 1836, la diligencia del embajador de Francia, sustrayéndole no sólo dinero y joyas, sino también unos documentos reservados y confidenciales.
Aunque el mayor error que cometió, y fue robar en casa de la modista oficial de la reina regente, María Cristina de Borbón-Dos Sicilias (madre de la futura reina Isabel II), la acaudalada doña Vicenta Mormín. Candelas y dos compinches se disfrazaron con ropas elegantes. Al llegar a la casa, dijeron que eran mensajeros de Francia y que traían carta para la señora, ya que habían averiguado que la sastra esperaba con ansia noticias de su hija, que se encontraba en París. Al entrar en la casa, se fueron directamente a donde se encontraba la mujer. La ataron junto con el servicio y les amordazaron al igual que habían hecho en sus otros actos. Inspeccionaron toda la casa cogiendo todos los objetos que valor que encontraron. Mientras se estaba cometiendo el atraco, llegaron a la casa la lavandera, una de las criadas, dos mujeres mayores y dos amigos de la sastra, a los que hicieron pasar a la misma sala donde ella se encontraba retenida. El robo causó gran consternación en la ciudad.
A principios del año 1837, se dictó una orden de búsqueda y captura, publicándose el 25 de febrero en el Diario de Avisos de Madrid, y las calles de la capital se vieron plagados con numerosos carteles con su imagen.
Candelas planeó huir a Inglaterra con su última esposa, Clara, pero al llegar a Gijón, Asturias, esta no estuvo dispuesta a marcharse, pues no quería abandonar el país, por lo que decidieron huir a Portugal, pero tras tratar de vender algunas joyas. Reconocido por un miembro de la Milicia Nacional, Félix Martín, Luis Candelas fue detenido tras pernoctar en una posada situada en la calle Real esquina con la actual calle Luis Candelas (frente a la iglesia de San Pedro), el 18 de julio de 1837 en el puesto de aduanas del puente Mediana, situado en el camino real de Valladolid a Toledo.
Tras su detención, fue llevado a Madrid, vigilado por un gran refuerzo policial, por lo que no pudo escapar en esta ocasión.
Su causa se vio en la Audiencia de Madrid el 3 de noviembre de 1837, solicitando el fiscal la pena capital y la defensa, obviamente, la absolución. El día 4 de noviembre la Sala falló conforme a lo solicitado por el ministerio fiscal. A pesar de las súplicas de su abogado para tratar de que se le perdonase la vida. Como símbolo de su truhanería señalar que cuando el juez le pregunta si tiene que decir algo sobre la sentencia, Luis Candelas responde: “Sí, Señor Presidente. Que, aunque tardía, la encuentro muy puesta en razón”.
Incluso bajo condena de muerte, Luis Candelas procuró una salida, y creyó encontrarla pidiendo clemencia e indulto a la Reina María Cristina de Borbón dos Sicilias.
“Señora, Luis Candelas, condenado por robo a la pena capital, a V.M. desde la capilla acude reverentemente. Señora, no intentará contristar a V. M. con la historia de sus errores ni la descripción de su angustioso estado. Próximo a morir solo imploro la clemencia de V. M. a nombre de su agusta hija, a quien ha prestao servicios y por quien sacrificaría gustoso una vida que la inflexibilidad de la ley cree debida a la vindicta pública y a la expiación de sus errores. En que expone es acaso el primero de su clase que no acude a V. M. con las manos ensangrentadas. Su fatalidad le condujo a robar, pero no ha muerto, herido ni maltratado a nadie. ¿Y es posible que haya de sufrir la misma pena que los que perpetran en esos crímenes? He combatido por la causa de vuestra hija. ¿Y no le merecerá una mirada de consuelo?”.
Murió en la ciudad de Madrid el 6 de noviembre de 1837, a los 33 años de edad. En esa gélida mañana, el pueblo madrileño asistió a la Puerta de Toledo para contemplar el ajusticiamiento, mediante el cruel garrote vil, de Luis Candelas. Éste afrontó el trance con gran entereza, e incluso sentido del humor. Así lo recogió Bernardo de Quirós en La Picota. Figuras de delincuentes, y en el periódico la Estafeta de 7 de noviembre de 1837, donde podemos leer lo siguiente:
“Ayer sufrió la última pena a que ha sido condenado por la audiencia territorial, el famoso ladrón Luis Candelas al salir de la cárcel mostró un valor extraordinario que no le abandonó en toda la carrera en el momento en el que subió al patíbulo. Cuando se le puso la argolla suplicó al verdugo que suspendiese la ejecución, y dirigiéndose al público con voz firme: He sido pecador como hombre, pero nunca se mancharon mis manos con sangre de mis semejantes; digo esto porque lo oye el que va a recibirme en sus brazos. Adiós patria mía, sé feliz”.
Sus compañeros de andanzas no tuvieron mejor final, pues a las once y media de la mañana del 20 de julio de 1839 (sábado) se procedió a dar garrote a Balseiro y a Francisco Villena en el mismo lugar que a su jefe.
Su última compañera, Clara, fue condenada en mayo de 1838 a un año de prisión por amancebamiento y complicidad. Apeló al Supremo, pero éste aumentó la pena a dos años. Aún solicitó gracia a Su Majestad, sin resultado. Finalmente, el 18 de noviembre de 1839 (lunes) fue incluida en un indulto general concedido por la Reina, pero había contraído en prisión una enfermedad crónica.
Sobre las andanzas de Luis Candelas se han recopilado muchas supuestas anécdotas, desconocemos si reales o fruto de la inventiva popular:
Al célebre bandolero Luis Candelas un día se le antojó una capa de terciopelo que vio en un escaparate próximo a la Puerta del Sol. Enseguida, Candelas demostró su velocidad mental y resolución.
El bandolero observó que enfrente de la tienda de estas capas había una panadería-bollería. Entró en la panadería y pidió que le pusieran treinta bollos pasados, que se hubieran quedado duros. El pastelero se extrañó, y Candelas le explicó que se trataba de una broma que iba a gastar a un amigo suyo. Pagó unos pocos céntimos por los bollos y pidió que se los reserven en la trastienda del local, ya que enseguida vendría con su amigo y, “ya verá usted cómo nos vamos a reír”. El panadero accedió pensando que sería una broma de muy buen gusto, pues a nadie le podían ofender unos bollos duros. Luis entró de nuevo en la tienda, se probó la capa y le encantó. ¿Cuánto le debo, caballero? –Son treinta duros -, le dice el dueño. Al ir a pagar, Candelas fingió que no llevaba suficiente dinero y le propuso al comerciante: “Mire, buen hombre, si es usted tan amable, acompáñeme hasta la panadería de enfrente. Es que el panadero es amigo mío y como precisamente me debe treinta duros, él se los dará a usted”.
Entraron a la tahona y Luis, guiñando un ojo, le dijo al panadero: “amigo, dele a este hombre los treinta duros que me tenía usted que entregar”. El panadero, conteniendo la risa, invitó al comerciante para que le acompañase a la trastienda, y ese es el momento que aprovechó Candelas para tomar las de Villadiego ondeando al viento su nueva y flamante capa.
En otra ocasión, disfrazado de alcarreño, Luis Candelas entró en una tienda de telas cargando con unas alforjas y tirando de una cuerda o ronzal a la que debía de ir atada una burra. Luis escogió algunos rollos de tela, de los más caros. Luego le pidió al comerciante que sujetara la cuerda de la burra mientras él llenaba las alforjas y procedía a colocarlas sobre el animal que permanecía en la calle. “Cargo la burra y enseguida le pago” -afirmó Luis. “Tranquilo, hombre, no se preocupe”.
Candelas tardaba en entrar, pero el tendero estaba tranquilo porque él mismo estaba sujetando la cuerda de la burra. Después de un rato, entró la mujer del tendero que venía de misa y le preguntó que qué diablos hacía sujetando esa cuerda, ya que Candelas había atado el otro extremo a la reja de una ventana. Cuando el comerciante comprobó que, efectivamente, la cuerda estaba atada a una reja, optó entre reír y llorar, y finalmente le dio un ataque de risa.
Luis Candelas alcanzó tal fama que poetas y escritores le dedicaron algunas de sus creaciones. Así encontramos estas Coplas del poeta sevillano Rafael León al bandido:
Anoche una diligencia,
ayer el palacio real,
mañana quizá las joyas
de alguna casa ducal.
Y siempre roba que roba,
y yo por él siempre igual,
queriéndolo un día mucho
y al día siguiente más.
Imperio Argentina también interpretó unas Coplas que podéis escuchar aquí: Coplas de Luis Candelas, y también versionadas por Angela Molina en el filme de Jaime Chávarri: “Las cosas del querer”.
Su vida también fue llevada al cine, así podemos conocer una versión de sus historia en la película “Luis Candelas o el bandido de Madrid”, de Armando Estívalis, rodada en el año 1926. Habría posteriores versiones como la protagonizada por Pepe Romeu: ”Luis Candelas”, del año 1937; o por Alfredo Mayo en: “Luis Candelas, el ladrón de Madrid”, del año 1947.
Numerosos artículos, publicaciones, estudios y libros se centraron en glosar la vida de este personaje singular, que más allá de nuestras fronteras, seguramente ya habría protagonizado alguna superproducción sobre vida y andanzas.
Como curiosidad y para finalizar esta publicación, solamente añadir que, en la actualidad, en la calle Cuchilleros 1 de Madrid, existe un restaurante castizo en el que se recrea fidedignamente la época en la que vivió el bandolero, un local que en tiempos sirvió de guarida y cobijo a Luis Candelas.
Referencias
La leyenda de Luis Candelas. De Olaizola, J.L.
Luis Candelas. El bandido de Madrid. De Espina, A.
Gente de trabuco. Historia del bandolerismo español. Alonso Tejada, J.
Luis Candelas, el delincuente romántico, en El Mundo, el 15 de marzo de 1998
https://dbe.rah.es/biografias/26380/luis-candelas-cagigal
https://redhistoria.com/luis-candelas-el-bandolero-madrileno/
https://bandoleroromantico.blogspot.com/2010/04/luis-candelas.html
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