En Roma existía un tipo de sacerdocio que era ejercido exclusivamente por mujeres consagradas a la diosa del hogar Vesta, se trataba de las “Vestales”. En el templo de Vesta, las vestales debían custodiar y mantener encendido el Fuego Sagrado de Roma.
Al fuego siempre se la ha otorgado un lugar de gran relevancia y privilegio entre las necesidades de los distintos pueblos y civilizaciones a lo largo de la historia. Para entender tal adoración al fuego, mantenida desde la antigüedad, hay que tener en cuenta que para los pueblos más primitivos, el encendido y conservación del fuego ya era una labor que conllevaba cierta dificultad y laboriosidad. Tradicionalmente, el fuego comunitario era atendido y custodiado por jóvenes mujeres que todavía no se habían casado, y por tanto no tenían hijos, ni tareas domésticas que atender.
En caso de que el fuego se extinguiera, presagiaba un gran infortunio para toda la comunidad, que auguraba funestas consecuencias. Esa sensación de desamparo que suponía perder el fuego se trasladó años después a los cultos llevados a cabo por las diferentes civilizaciones. Por tanto, el sagrado fuego de Roma debía mantenerse siempre vivo y las vestales, solo seis de ellas, serían las elegidas. El emperador se dirigía a la elegida entre todas las que aspiraban a servir a la diosa con las palabras “Te tomo a ti, amada”.
Los orígenes de la diosa, aunque se supone que se remontan hasta tiempos inmemoriales, están realmente constatados a través de escritos que datan de la época de los reyes romanos, mucho antes de la República y el Imperio, cuando Roma todavía mantenía como forma de gobierno la monarquía. Cuenta la leyenda —y así lo explica la mitología griega —, que en los albores de la existencia de los dioses, Vesta fue cortejada por Apolo y Neptuno, pero rechazó a ambos, manteniéndose virgen y pura para toda la eternidad. Este sacrificio que la diosa otorgó a la humanidad la llevó a ser eternamente representada junto al Fuego Sagrado de Roma o Fuego de la Vida, que para los antiguos romanos suponía uno de los emblemas más importantes del imperio.
La virginal e inmaculada diosa Vesta (Hestia para los griegos), era la deidad protectora del fuego del hogar y del estado de bienestar en Roma, además de ser la mismísima representación de la fidelidad. Aunque conocida ya desde la antigua Grecia como hija de Rea y Cronos, es el Imperio romano el que le otorga el privilegio de convertirse en el Fuego Sagrado de Roma. Cuenta la leyenda que pese al cortejo del poderoso Neptuno y del bello Apolo, Vesta decidió mantener su virginidad. Su efigie es representada como una mujer que sostiene en una de sus manos un cuenco votivo mientras que en la otra alza una antorcha.
El método de elección de las sacerdotisas no siempre fue el mismo, mientras que en los tiempos de la monarquía eran los reyes quienes elegían a las candidatas, en la república esta tarea recaía sobre el Pontifex Maximus. Eran seleccionadas entre las mejores familias patricias de Roma, las más distinguidas, las más ricas, las más poderosas. Las niñas que tenían entre los 6 y los 10 años, no debían sufrir ningún defecto físico y contar con una natural belleza. Separadas de sus familias, debían permanecer al servicio del Estado durante al menos 30 años, en los que deberían mantenerse vírgenes. Las vestales, 6 en total, vivían en una residencia situada en el centro del Foro Civil. Junto a su casa se alzaba un templo redondo dedicado a Vesta, en el que se custodiaba el Fuego Sagrado de Roma.
No era gusto de todos que una hija fuese seleccionada como vestal, ya que dejaba de pertenecer a la familia y dependía exclusivamente del collegium. Sin embargo, no se necesitaba ni el permiso de la familia ni tampoco el de la afectada.
El castigo por incumplir el deber de castidad era drástico: la sacerdotisa era enterrada viva en el llamado campo maldito (campus sceleratus). Las vestales no podían ser asesinadas por su carácter sagrado. El “cómplice”, en cambio, simple y miserable ser humano era flagelado hasta la muerte en el Foro.
Según los relatos de la época, numerosas vestales pagaron amargamente el incumplimiento de sus “votos”.
Durante los diez primeros años, las vestales se convertían en estudiantes, aprendiendo todo lo relacionado con la religión, el culto a Vesta y las diferentes tareas en el templo. La segunda década la dedicaban al cuidado de la Llama Sagrada y a la participación en ceremonias de consagración. Durante sus últimos diez años se convertían en maestras de las jóvenes discípulas. Tras todos estos años de servicio a la diosa, cada virgen vestal podía decidir si quería abandonar definitivamente el templo o vivir en él para el resto de sus días. Pocas eran las que elegían vivir fuera de la protección de los muros del templo. No sólo porque una mujer de casi cuarenta años era prácticamente una anciana en la antigua Roma, sino porque ser una virgen vestal era unos de los mayores privilegios que una mujer podía disfrutar en Roma.
Las vírgenes vestales eran tratadas casi como diosas encarnadas. Respetadas y adoradas por todos, eran invitadas a grandes banquetes y fiestas organizadas por las más grandes y pudientes familias romanas. Ocupaban los mejores asientos en teatros y celebraciones, cuando salían del templo lo hacían siempre escoltadas por lictores, y su mera presencia llegaba a ser tan importante que un condenado podía llegar a ser perdonado por su crimen en caso de que en su camino hacia la ejecución una virgen vestal se cruzara con él.
Tal vez una de las cosas más llamativas de las vestales era su vestimenta, que dejaba ver su elevado estatus social, así como su pureza. Utilizaban túnicas de color blanco, demás fino lino, ribeteadas con hilo de color. De gran importancia era la “vitta”, diadema, que sujetaba el pelo, pero que era el distintivo de su posición sacra, dentro de la sociedad. Era tal su importancia, que cuando rompía el voto de castidad era de lo primero que se le despojaba. Llevaban el suffibulum, un velo blanco de lana, utilizado en rituales y sacrificios. Lo normal es que debajo de este, llevasen cintas de lana de color rojo y blanco. Estas cintas simbolizaban por una parte el compromiso que adquirían las vestales, para mantener el fuego de Vesta (rojo) y por otro el voto de castidad, que le otorgaba la pureza (blanco). Su atuendo se completaba con la palla, un simple chal, común en la vestimenta de las mujeres romanas, que iba sujeto al hombro izquierdo con una fíbula o alfiler.
Los votos de las vestales se resumían en mantener siempre encendido el fuego de Vesta y, al igual que la diosa, continuar siendo vírgenes y puras durante sus años de servicio en el templo. Ser una virgen vestal en Roma era un título que muchas hubieran deseado ostentar, pero el castigo en caso de que una vestal rompiese sus votos era asimismo terrible.
Eran las encargadas de la elaboración de la sal, que se utilizaba en las prácticas religiosas. Se hacían cargo de todo el proceso, desde el mismo en que era extraída, ellas se encargaban de molerla, calcinarla y eliminar las impurezas. A partir de esta sal, elaboraban la mola salsa, ofrenda que se utilizaba en la gran mayoría de los sacrificios estatales si no en todo. Con esta harina se untaba a la víctima antes del sacrificio.
En cuanto a los privilegios de las vestales, cabe hablar en primer lugar dela obligación que tenían los magistrados de cederles el paso cuando se las encontraba por la calle; eran tratadas como si de diosas encarnadas se tratase. En cuanto a los asuntos de justicia, su palabra, por sí sola, sin ningún contexto ni nada que la reforzase, era digna de tener en cuenta. Relacionado con temas jurídicos, si durante un paseo, la vestal topaba con un reo condenado a muerte, le salvaban la vida, siempre y cuando la vestal afirmaba que el encuentro había sido completamente fortuito. A ellas les eran confiados los testamentos, además de otros actos secretos. Además, su manutención estaba sufragada por el Estado, ya que eran consideradas hijas del Estado y hermanas de todos los ciudadanos.
Dentro del ámbito legal, eran las únicas mujeres que podían hacer testamento, gracias a la Lex Horacia. Por esta misma ley podían intervenir como testigos en los juicios. Podían administrar sus bienes libremente, así como realizar operaciones financieras, absolutamente vetadas al género femenino, sin tener la autorización de un tutor. Tenían algunos privilegios reservados solamente a la élite romana, como el poder desplazarse en una litera, hospedarse en casa una honorable matrona romana, en caso de enfermedad o, tener un papel decisivo en los juegos públicos. Ocupaban una tribuna vecina a la del emperador y tenían voto decisivo en la conservación o eliminación de la vida de un gladiador.
Aunque no fuera una práctica habitual —en los casi mil años que duró el culto de adoración a Vesta solo se registraron alrededor de veinte casos en los que alguna vestal fuera castigada por romper sus votos—, el hecho de que una vestal mantuviera relaciones íntimas con un hombre era considerado una traición y un delito de incesto, ya que como sacerdotisa vestal se la consideraba hija de Roma y cualquier relación que mantuviera era vista como incestuosa. Una vez que se tenía constancia de la traición a sus votos, la vestal era despojada de sus ropas e insignias religiosas. Luego era vestida con una especie de sudario fúnebre y maniatada, siendo considerada desde ese momento una especie de cadáver. Después era colocada sobre una litera pasando a ser exhibida en procesión por toda la ciudad como escarmiento, a fin de que todos los ciudadanos fueran conscientes de su castigo. Finalmente era conducida hasta el Campus Sceleratus (Campo de los Malvados) en las afueras de la muralla Serviana donde, a través de una escalera subterránea, era introducida en una cripta donde permanecería sepultada hasta encontrar la muerte. Además, en la cripta se colocaba una pequeña cantidad de agua y comida para convertir su muerte en una lenta agonía. No sólo había castigos por romper el voto de castidad, también cuando el fuego sagrado se apagaba, la sacerdotisa que estaba de guardia en el momento que ocurría era severamente escarmentada, generalmente era azotada. Cuando el fuego se extinguía, se reunía el Senado y buscaba las causas. Se expiaba el templo y se volvía a encender el fuego, usando la luz solar.
Tras mil años de culto, en el año 394 d.C., el emperador Teodosio disolvió definitivamente las vestales, en favor de la nueva religión (el cristianismo). Fue entonces cuando se disuelve el Collegium Vestae definitivamente La misión de salvaguardar el fuego eterno había terminado, y con ella las únicas sacerdotisas que existieron durante el Imperio Romano.